viernes, 19 de agosto de 2011

A las armas



Hay muchos tipos pero, por definición, un arma es un instrumento utilizado con la finalidad de atacar, de infligir daño a un contrincante hasta provocar una situación de superioridad que permita subyugarlo ante nuestra voluntad. Huelga decir que no siempre tienen que hacer sangrar, herir o matar, que segar la vida, a veces basta simplemente con cambiarla.

Existe una suerte de sutileza combativa que, como la música que se escucha desde lejos, se cuela dentro de nosotros de manera suave, sin provocar heridas, incluso haciéndonos disfrutar. Lo que en un primer momento es utilizado como un arma contra nosotros termina siendo un instrumento que nosotros mismos aprendemos a usar casi por instinto. Y es que resulta maravilloso comprobar cómo la vida gira y gira cambiando las tornas y cómo el que en ocasiones se nos presenta como un enemigo, o un verdugo, termina siendo un amigo que nos ayuda.

Tendemos a ir de frente contra los muros, dispuestos a estrellarnos contra ellos sólo por creernos en posesión de la verdad y eso duele muchas veces, nos causa más heridas que las armas que creemos que usan contra nosotros. Cuanto más convencidos estamos de lo que decimos, menos aceptamos las opiniones divergentes del resto y con esto vienen las trifulcas, a veces dialécticas y a veces no. Con esto me refiero al fanatismo, a la fe ciega sin capacidad de revisión. No hablo tampoco de esa lógica irritante, respondona y repelente de la que a veces hago gala y que hace cerrarse en banda a aquellos que están convencidos de algo, pero sí de la capacidad crítica de dudar de todo lo establecido, aunque sea lo que nosotros creemos 'a pies juntillas'.

Vivimos una época de sordera individual y colectiva. Siendo que la gran mayoría tenemos las aptitudes mínimas para poder escuchar, no hacemos alarde de ellas. Igual es que el orgullo o el dogmatismo inculcado nos invade las trompas de eustaquio y los nervios ópticos, inutilizándolos. O peor aún, no estamos sordos, estamos mentalmente bloqueados. Nuestros cerebros no atienden a los estímulos que no nos son afines y que no refuerzan nuestra línea de pensamiento.

Por eso grito: A las armas. A las verdaderas armas, las del pensamiento. Las que son capaces de convertirnos en peligrosos. Y no me refiero tener la capacidad de hacer daño al resto, porque esa la poseemos todos, por definición. El ser humano es tan frágil que cualquiera puede ser dañino para el resto hasta el punto de segarle la vida.

Las armas de las que yo hablo son las que nos hacen pensar. Las que nos convierten en un estorbo, en un verdadero peligro para los que de encargan de perpetuar un sistema que nos aliena y nos hunde en el desinterés, convirtiéndonos en estómagos agradecidos, que cada vez se conforman con menos. Dando gracias por llegar a duras penas al día de cobro del siguiente mes, distraídos con una televisión deleznable, pseudoinformados por medios que ocultan la verdad bailando al son de los intereses económicos y haciendo campaña descarada para convertir en vergonzante cualquier acto de libertad que vaya en contra del discurso establecido que nos mantiene dóciles y encorsetados.

El principal activo del humano como especie es su cerebro. La capacidad de aprendizaje es lo que nos ha hecho sobrevivir a lo largo del proceso evolutivo. Esa es nuestra baza. No podemos permitirnos ser unos ignorantes acomodados, seducidos por el entretenimiento vacuo que nos mantiene inmóviles ante los abusos y serviles a un sistema que nos devora como mercancías o recursos.

Los libros, los documentales, los ensayos, los artículos, etcétera, son instrumentos que tenemos la obligación de utilizar para poder convertirnos en gente peligrosa para los que abusan de nosotros de manera institucional. La necesidad de estar despiertos, de saber lo que realmente está pasando, de no creer el discurso oficial a pies juntillas y de rebelarnos contra los que nos manipulan, engañan y se aprovechan de nosotros, sin un ápice de arrepentimiento, es cada vez más acuciante.

Resulta preocupante, es más, da miedo, ver como cada vez el acceso a la cultura es más restringido para la gente sin recursos. Primero los recortes en educación, las constantes reformas del sistema que lo convierten en un generador de analfabetos funcionales con capacidad para leer y escribir (y a veces ni eso) pero sin un mínimo de capacidad para el pensamiento crítico. Después la constante queja de los aspectos económicos deficitarios de la educación universitaria (sugiriendo sutilmente la privatización del sector) sin tener en cuenta que los beneficios de este sistema educativo no tienen que ser económicos a corto plazo. La educación no tiene que crear superávit por sí misma, genera otro tipo de riquezas. Por último, las iniciativas para privatizar la gestión de las bibliotecas. Lo que en EE.UU. ya es una realidad, en España comienza a resonar como el rumor de un río.

Vivimos en la era de la información. Internet es una grandísima biblioteca en la que encontrar documentación sobre casi todo. Oficial y no oficial, opiniones de infinidad de gente a favor y en contra de lo que sea. Una oportunidad de desarrollar nuestro sentido crítico para comprender las realidades completas, no sesgadas o pobremente encuadradas. Sólo hay que tirar del hilo.

Y cuando los gobiernos comiencen a alegar cuestiones de seguridad, que es lo que alegan siempre para destrozar libertades informativas y de expresión, para poner vedas y restricciones a Internet (cosa que harán a raíz de la cortina de humo Wikileaks), sabremos que ha llegado la última fase de una mordaza que siempre se intenta imponer para controlarnos: la ignorancia y el miedo.

No se lo permitamos, a las armas.

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